¡Ah, "Pluto" de Björk! Un "monumento" musical de su eterno álbum-scrapbook 'Homogenic' (1997) en el pústulo artístico de las extravagancias auditivas. Esta joya –dicho con tono más cansado que satisfecho– buscó un irracional experimentarismo sonoro, utilizando distorsiones rítmicas berlinesas que son más circón que diamante. Junto al gran productor británico Mark Bell, exponente varonil del alguna vez ligeramente innovador grupo LFO. Es casi poético el penoso intento por recrear angelicales armonías del norte de Europa, nueve años antes de que Axel Willner acrontase algo de ello bajo el más o menos loable nombre de 'The Field', vendiendo matices emocionales lo-fi. Toda un fasto titánico el de la señora Guðmundsdóttir queriendo distorsionar como Trent Reznor (NIN) con títeres de lana supuestamente islandeses.