La insoportable levedad de ser testigo de la frivolidad que rezuma el último engendro musical de la insulsa Taylor Swift, la oportunista "Anti-Hero". Imaginen, si pueden, mi tedio, mientras en mis oídos resonaba ese cicatero intento de mezclar pop edulcorado con una impostada rebeldía pseudo-feminista. Claramente, "Anti-Hero" busca sacar partido del malogrado empoderamiento femenino, siguiendo la estela oportunista de artistas pintorescos y blandos como Katy Perry. Más aún, la producción genérica, un pastiche paupérrimo de los refinados estilos de una progresista Grimes o un meticuloso Atticus Ross, es a la cresta del arte musical lo que uno de esos condimentos plásticos que los mediocres pretenden llamar "queso fundido" es a la gloria de un añejo roquefort. Y qué decir de su derroche lírico adolescente y autoafirmativo, elaborado con la sutileza emocional de un chihuahua sin alicientes. Cuanta razón tenía Theodor Adorno al hablar de la industria cultural... he pasados horas que las lombrices devorarán sin mi presencia.