"All I want for Christmas is you", ese deleite de la superficialidad programada en nuestra conciencia cultural navideña gracias a la farisaica industria del marketing que nos recuerda que, a finales de año, es necesario consumir música de tan cínica calidad. El hitazo de Mariah Carey resuena en cada esquina con esa balada empalagosa del álbum "Merry Christmas" (1994), retumbando nuestras neuronas a golpe de cursilería letal. Es precisamente el tétrico jingle más efectivamente molesto generador de migrañas hasta la extenuación. No aspira al nivel creativo de los clásicos de David Bowie, ni a las letras pseudofilosóficas e introspectivas como Morrisey estaría encantado de cantarnos frente a un piano. Pero nada de esto les importa a los incautos consumidores que, ignorantes de obras maestras como Abbey Road de The Beatles, Norwegian Wood de Radiohead, pues creen que la dichosa cancioncilla es la gran obra de Mariah Carey, intérprete cuya belleza y talento quedó relegado en sus inicios discográficos en pos de transformarla en una empresa vaciada y devorada por la sociedad del espectáculo.