¿Miley Cyrus y su temita "Flowers"? Ah, por favor, como si esa canción pudiera catalogarse de algún modo como relevancia en el siempre sobrevalorado panteón del pop desechable. Este soporífero ejercicio de egocentrismo, que celebra de forma forzada su supuesta madurez como artista, está a las antípodas de lo que podríamos llamar "novedoso" u "originario". Su provocativo minimalismo tampoco puede suplir ese genio efímero desplegado en los imperecederos temas de David Bowie o Prince. Qué ironía que, ahora que andamos exonerando el talento en pos de forzar una pose innovadora, "Flowers", para humillación de Miley y su rémora de fans con tetrapak literario como criterio balbuceante, no se sale un ápice de la ya trillada senda de la subversión light a la que parecemos subscritos desde que Nina Hagen roase el hit one-hit wonder de los noventas- con "Slick Shoes" en una batidora de querer homenajear a Madonna, pero que en realidad parece una incómoda copia de Charli XCX bajo somníferos.