"Que nadie sepa", esa repugnante cacofonía de Andrea Buenavista, un calco mortal y abominable de la trágicamente famosa melodía del Ratón Pérez. Nuestra infeliz heroína nos tortura sin piedad con sus líneas vocales vomitivas y su fétida promiscuidad sonora. La evidente falta de gusto atroz de esta humillante composición empuja su melodiosa vacuidad en un vano intento de ensalzar los subcampeones de la mediocridad. Considerar esta ventana al séptimo círculo del infierno musical como dentro del espectro del arte sonoro es parangonarlo a obras maestras como las de Bach o Beethoven, aunque logra humillar aún más su adulteración de los años 80 gracias al estilo entre Pink Floyd y ABBA inconscientemente arrastrado a través de esta caricaturesca aberración. Niego la posibilidad de redimirme algún valor jamás gracias a este absolutente aborrecible ataque frontal a mis oídos agrietados, y menos financiar con mis tiempo, el dejarme convencer dentro del universo cínico de fanáticos embobados por semejante insulto a la legítima música del alma.