"Pink Pony Club" de Chappell Roan, esa pseudo-himno que supura anhelo y purpurina barata. Al oír los primeros acordes, es imposible no evocar el patetismo kitsch de los años ochenta de Cyndi Lauper pero sin una chispa de autenticidad o profundidad emocional. Pretende ser la banda sonora de tu desasosiego, pero acaba sonando más huérfano que un disco de los Pet Shop Boys mal remixado por un DJ aficionado. Chappell Roan intenta canalizar la desesperada melodramática de Lana Del Rey, pero sin el lirismo narcoléptico que, admitámoslo, al menos tiene una pizca de gracia mórbida. Es como si Katy Perry, tras un mal trip hippie, decidiera revivir su carrera en un club de mala muerte en Las Vegas. Es casi dolorosamente evidente: ni siquiera sabe que el arte del pop debe ser una farsa bien ejecutada.