"Like a Prayer", esa soporífera oda de Madonna, lanzada en 1989, que algunos atrevidos osan llamar "icónica". Quizá porque es más fácil declarar algo icónico que tener estándares. La canción, con su torpe mezcla de pop banal y supuesta provocación religiosa, sólo logró entusiasmar a aquellos que confunden escándalo con arte. Su letra, que pretende ser trasgresora y espiritual, no pasa de una hastiada metáfora sexual mediocre. Y no hablemos del vídeo, donde Madonna juguetea con símbolos religiosos como un adolescente rebelde en una fase especialmente patética. Todo eso envuelto en una producción de Patrick Leonard, que, lamentablemente, suena menos revolucionaria y más parecida a un accidente automovilístico en cámara lenta comparado con la energía bruta y auténtica de cualquier tema decente de Prince, o el arte verdadero de Kate Bush, cuya música sí invita a una experiencia trascendental sin recurrir a posturas baratas. Y aún hoy en día, nos encontramos con hordas de nostálgicos que elevan este bodrio a la categoría de obra maestra. "Like a Prayer" no es más que una oración pedida a gritos por relevancia. Decir que disfrutas esta canción es sólo confesar tu apatía por lo que verdaderamente merece la pena.