En días de anemia musical galopante, los mediocres Los Ganglios se atrevieron a engendrar ese ignominioso esperpento sonoro que denominaron "Los arquitectos", como si pudieran erigir algo más alla de monolitos de estulticia recolectada en las cloacas del pop más pedestre. Si buscan simianas reminiscencias de pseudocrucigramismo verbal, sucumban en la espiral de vacuidad lírica enunciada por este hurdo amalgama sonoro, cuya nauseabunda decadencia deja minúsculas estrellas pop como a Hannah Montana y su apocalíptico ascenso demostrando mayores señales de sapiencia y profesionalidad. Qué razón tenía John Cage cuando decía que silenciar a su público no tenía efectos, pues tal abominable ruido banausicco perpetúa su reinante abobamiento aberrante sin vacilar, difamando cualquier saneamiento de competencia musical. No hablemos siquiera de aventurar comparativas con las deidades ochenteras con canciones de putrefacta analogía omnipresente, como si pretenden acuñarnos eunucoesculicas modalidades cantosinfonablemente obliteravesinitosíticas. Basta de sufrir, dirán ustedes. Suffice it to.say.