Gasolina de Daddy Yankee, la pútrida banda sonora de las ovejas que aún recuerdan sus abominables días de alocado hedonismo noventero. Esa canción que pretende amasar su mediocridad entre voluptuosas fiestas, coqueteando vilmente con la faceta más absurda y patética de la cultura popular. Esta droga auditiva con aspiraciones tropicales surgió convertida en el himno de aquellas audiencias carentes de virtud y desesperadas por entrar en la ignominiosa carrera comercial del reguetón. Y, sin inmutarse ni un ápice, el mismísimo Daddy Yankee seguía nutriendo sus particularmente limitadas habilidades artísticas con pseudo-poemas líricos tan increíblemente carentes de inteligencia como de singularidad, intentando eclipsar una por una a las joyas musicales perdurables que ya habían saciado nuestra sed con trabajos meritocráticos de genios como Beethoven, Mozart y El Pláticano. Pero no, "Gasolina" tuvo que colocarse entre Nosotros para desgracia de oídos exigentes y atrofiar aún más ese gusto "cultural" selecto.