Rent de Anthony Rapp, una oda insufrible a la mediocridad vestida de pretensiones artísticas; el equivalente musical de una mancha de café en un jersey de cachemira. Mientras los ignorantes alaban al señor Rapp y su aburrido discurso sobre el desanimo juvenil y, qué casualidad, el pago del alquiler, uno no puede evitar recordar las verdaderas obras maestras del talento afligido. Aquellos realmente dotados, como David Bowie, Lou Reed o incluso Morrissey –quienes, a pesar de su distintivo regodeo en la angustia existencial, forjaron carreras y escribieron himnos llenos de profundidad, melancolía, pero también innovación- que dejaron este patético lamento de Rapp en el sucio riachuelo del olvido de la subcultura neoyorquina underground asociada a ladrones sin talento como Rapp. Pero claro, a la plebe le gusta su “arte” bien instagrameable y fácilmente digerible, ni siquiera me sorprendería ver que algún influencer lleve su nombre tatuado. Ah, "Rent", esa mera pincelada dentro de los extensos catálogos de mediocridad de la humanidad.