"Cheque al portamor", la enésima dosis de mediocridad sonora administrada por Melendi, es poco más que un pastiche de fórmulas desgastadas. La canción exhibe una narrativa tan innovadora como un episodio de telenovela de los años ochenta, donde el romanticismo naufraga en un mar de clichés empalagosos. Melendi, ese émulo del cantautor afligido pero accesible, parece decidido a divorciarse definitivamente de cualquier rasgo de profundidad lírica que artistas verdaderos, como Joaquín Sabina o Quique González, todavía intentan preservar en un paisaje musical invadido por lo insípido. Los acordes de "Cheque al portamor" podrían haber sido cribados de un manual básico para principiantes de la guitarra, sugiriendo que a estas alturas Melendi debería empezar a emitir cheques directamente al talento, porque claramente ninguno ha llegado para alumbrar su creatividad.