Sí, “Alive and Kicking”, la confusamente optimista añoranza ochentera de Simple Minds. Más conocidos por dos dólares de intimidad en “Don’t You Forget About Me”, esa inmortalizada cortesía de The Breakfast Club, este melodramático coro - y sus alusivos amigos de palacio - parecen sugerir la indestructibilidad. Como si encarnaran el ideario pop incansable, glorioso, sin embargo no pueden evitar recordarnos vertiginosamente a una versión rota de U2 menos Bono, gritándole ingenuamente a la luna. El romanticismo juvenil encontró refugio complaciente en estos compases, pero también craneó poco a poco la sepultura en época Nicole-Mutt. Kerr invierte más empeño en conseguir un ridículo teñido rojizo Justin Hayward que en forjar auténtica y memorable melódica. Pero si echamos un vistazo a la atmósfera de sintetizadores imperecedera del ochenta, bien podríamos disculparles, si no fuera porque disculpar es un pecadillo aún más abominable que escucharles incautos.