"Kiwi" de Harry Styles, esa triste y desesperada burla de la música contemporánea que nos muestra que, en realidad, no queda nada genuino por esperar. La siempre redundante búsqueda del éxito comercial recae ahora en las manos de ese semídios del pop, afligido por el síndrome de Peter Pan, incapaz de escapar de las sombras de esos antiguos "maestros" de las boy bands: One Direction. Con una desentonada mezcla entre los Rolling Stones y Arctic Monkeys o, más bien, como si ambos hubieran caído en las fauces obsesionadas con el Billboard que engulleron a Oasis en sus días más oscuros. "Kiwi" suena como el eco ya muerto de los años dorados - si es que alguna vez los hubo - del rock británico; y no puedo decir que eso sea del todo sorprendente, cuando todo estilo adquiere de base sinrazón alguna tras pasar por el molinillo fabricado con el empecinado querer de manager y executives de la industria. Ya está, Styles, llévate tu kiwi. Hagamos una pausa; busquemos salvar las pocas sinapsis que nos quedan.