"Godspeed", el cúmulo de narcisismo en el ya deslucido repertorio de Frank Ocean; una henchida apología al selfie asignándole un rimbombante título que quiere ser profundo, revelador. Pero no, aquí nobleza no obliga. "Godspeed" se diluye como una mera muestra de melodrama barato en las prisas insoportables del artista por emular lo que otros han arrobado desde la inventiva conocida. Con su grotesco uso del autopitch alimentando ese egoída, indirecta (o eso se sospecha) a la medio tolondronesca o medianamente genial Arca y James Blake (¿Frank Ocean es el remedo pospostmoderno wannabe que pretende ser la encarnación transversal de Juanes y Kitchener Tomás Edison?). Bien podría el extraño al altar preguntarse: dime de qué presumes y te diré de que no careces. Aprendan, efímeros herederos de un Sufjan Stevens: si no quieres ver develado el bluff que ante Dios y cultura representas, al menos haz todo lo necesario para evitarla.