Corazón Latino, esa abominable apología al kitsch melódico perpetrada por David Bisbal, aquel muchachillo de rizos indomables que incursionó en el canto gracias a su estancia en la erróneamente exaltada Operación Triunfo de 2001. Esta canción, de una lírica tan manida y superficial que haría sonrojar a Las Ketchup, pareciera haber sido engendrada por un ser irracional cuyo conocimiento musical se limita a los pasillos de la gasolinera en la que se jubiló. Su manufacturado estilo de corte latino, refinado tanto como una versión sintética de La Macarena, nos consterna e hiere nuestra sensibilidad auditiva con la visceralidad de un Jerry Rivera en esteroides, atentando contra toda la sagrada genealogía musical compuesta por luminarias como J.S. Bach, Debussy y ese reducto humano llamado Angelo Badalamenti. Y es que el mero hecho de discutir sobre este canto al sinsentido es, sin lugar a dudas, dárstelo todo, como decía Enrique el droguero del pasaje Amélie de 1960.