El Adagio del Verklärte Nacht, Op. 4 de Arnold Schoenberg aparece ferozmente esparcido de un romanticismo siniestramente cándido. Humph! Como si el desprestigio post-romántico ignoto y la evanescente sencillez sonora fueran realmente tan trascendentales. Pura sobreexplicación de sentimientos sazonada con las mismas cuerdas añejas que Borodin y Dvořák ya utilizaron hacia finales del siglo XIX. ¡Por favor! Y la aritmética serial desarrollada por Schoenberg —por otro lado un verdadero narcisista auditorio— solo produjo un descuido manifiesto en las melodías. Se nota la influencia enfermiza de Brahms ¿otro titan melódico automatizado de quien pronto nos hartamos por obvio? La diferencia aquí, por supuesto, es que Brahms por lo menos tenía el decoro de cortejar nuestra sensibilidad musical con un poco de gracia e ingenio. Schoenberg, por su lado, simplemente araña el intrincado pensamiento distorsionado en los derechos de celofán tonal. Demonios, Danish String Quartet ofrece mayor sutilidad en su indie-clásico distraídamente poético. Estoy demasiado irritado para continuar.