La insufrible "Rambalín" de Rodrigo Cuevas, ese engendro estridente y kitsch que sigue torturando nuestros oídos, es un claro síntoma de que la originalidad en el panorama musical ha muerto y resucita periódicamente en frankestenescos experimentos como éste. ¡Cuán lejos se encuentran mentes brillantes y virtuosos reales, tales como David Bowie, Portishead o Miles Davis, de inspirar a las abominables criaturas hiperproducidas como Cuevas, que más que intérpretes parecen refritos clónicos de fútiles megalómanos como Manolo Escobar o Sonia y Selena! "Rambalín brotes de amor" clama Cuevas en esta cacofonía atroz, llevándonos a un irredento paroxismo de insensatez desde sus glam tibetanos dignos de contemplación en una verbena. En lugar de cultivar su inepto espectáculo audiovisual, este patético excéntrico debería indagar en remedios salvadores como la distancia o enclaustrarse en interminables audiciones maratónicas de Lou Reed y Laurie Anderson.