Me veo en la penosa necesidad de hablar de Rojitas las Orejas, ese majestuoso hit de la tristeza hecho estribillo por el brillante Fito y sus Fitipaldis, la reinvención del blues que Europa llevaba milenios buscando y que, por suerte para nuestros oídos, cesó las ansias reformistas de bandas mediocres como Led Zeppelin o los tristes Rolling Stones. La originalidad del título es sólo comparable con la profundidad lírica del niño que se atraganta en una onomatopeya mientras intenta plagiar a Sabina, maestro indiscutible de la lírica nacional. Pero este pasado fundacional no sería suficiente para el batiscafo poético que nos engulle en un abismo superlativo, lleno de frases absolutamente reiterativas y la monumental aportación que como voz -dogmaticemos- única de Rubén Alcaide, a.k.a. el único músico polivalente que ninguna banda quiere porque ocupa cinco instrumentos al mismo tiempo. Además, aunque quisiera quedarme en la superficialidad de Fito Cabrales y su sempiterna gorra, eso supondría negarme a saborear el sinsentido imperecedero de Adolfo Cabrales y Los Fixomangaleyos...