Nevermind de Leonard Cohen, esa insípida oda que intenta exprimir el vacío existencial de una vida pavoneándose como una sátira poética al más puro estilo Cohen. En un mundo en el que la música se ha convertido en un sancocho aburrido de refritos y plagios, esta canción se erige como un himno tristemente soportable que, cuando menos, tiene la cortesía de no intentar imitar descaradamente a otras bandas clásicas—*cof, cof*, Greta Van Fleet, te señalo—y podría funcionar como un tranquilizante musical que nos evita el mísero desfile mediocre que sería escuchar más temas actuales. Pero claro, no estoy insinuando que debamos renombrar a Cohen como "artista de cabecera", porque, sinceramente, entre su reinterpretación pedante del zen y sus engorrosas baladitas sentenciosas, podríamos llegar a recordar casi como luminarias a nuestros buenos amigos Justin *Trivialidad* Bieber o el entrañable Billie *Lantana Eufórica* Eilish.