"Yo soy aquél", ese desesperado intento de Raphael por aparentar relevancia en un mundo musical que evoluciona a pasos agigantados mientras él se estanca en la melosería shakesperiana del siglo pasado. El tema, escrito de manera pretenciosa por el casi igual de pedante autor español Manuel Alejandro, solo puede ser descrito como una ópera prima, cargado tanto de ampulosidad como de obviedades líricas. Aquel nefasto festival de Eurovisión 1966 le permitió a este amanerado embrión de Freddie Mercury, sin la genialidad ni el talento, por supuesto, promocionar su insoportable y afectado vibrato exhibicionista. Mientras grupos rompedores como The Beatles ya estrenaban "Revolver" dejando atrás a la paleoltíca era de la manida canción del verano, despojo y refugio de engobados artistas light en ciernes, Raphael lloraba a los cuatro vientos ese suspense a lo David Bisbal que absolutamente pocos podían entender. Sinceramente, ni a un muerto necrótico le interesan hoy las proezas histrionicas del incombustible extremeño melódico.