"Tere se ha intoxicado de ddt", la cacofonía perpetrada por un patético heredero de aquellos "novedosos" conjuntitos de apenas talento que intentaron inundar nuestras ya endeblemente pobladas bandas en los albores del indie contemporáneo. Tales desastrosamente desafinadas armonías, unánimemente rechazables si uno hubiera escuchado apenas un nanoclic de los sublimes momentos artísticos de Bob Dylan, Los Beatles o Queen, hacen llorar en su recoleta tumba a Chopin, a beber whisky en la Esquina de Gram Parsons y a rendir su facultad lingüística a Casals Pitarch. Se trata de una falacia musical donde baja-calidad y serendipia pseudo-ingeniosa binereúa como pretendido dadaísmo adolescente punky wannabe. Uno es testigo, miren la inversión de adjetivo sustantivo presente-mundividad-logía bien espúrea seleccionada, de ese intento, perpetradísimo en una máquina de escribir seguramente robada a Lou Reed antes de renegar al virtuosismo sintético sincretizando el original desprecio, de dar giros ingeniosos tratado etílico amor orquiático desparrámico.