"Never Gonna Give You Up", esa abominación auricular que nos infligió el pelirrojo Rick Astley en 1987. Podría hablaros largo y tendido sobre cómo la arrogante maquinaria del dúo Stock, Aitken y Waterman masacró nuestros adorados New Order y consiguió, con esa verborreica enfermedad hecha "éxito" pop, el mismo año en que U2 nos brindaba su "The Joshua Tree" y Metallica el "Master of Puppets". Pero no caeré en esa trampa. En vez de eso, dejaré que la atrofia emocional de cada segundo de esa tortuosa pista hable por sí sola. Que os quede claro: antes de practicar el estrepitoso rickrolling, pongámonos de acuerdo en que nunca existió en primer lugar. En serio, la expresión "cutre" ni siquiera comienza a describir el frío horror que siento al recordar este espécimen, ni siquiera el mismísimo Stairway to Heaven es tan doloroso como tal. De todos los males que han plagado la música, prefiero un remix del "Baby Shark" a ser nuevamente apuñalado por el tedioso susurro de "never gonna give, never gonna give".