"Dos Gardenias", esa cursilada pretenciosa hecha canción, eternizada por un Daniel Santos que a duras penas alcanzaba las peaks del croonerismo prehistórico. Suplicando por amor, aún tengo eco de aquel olvidable bolero, como una marca indeleble en mis oídos, lastimoreándome sin piedad. Sus nostálgicas y arcaicas estrofas lograron lo impensable uniéndose al igual abominable "Buena Vista Social Club"; cruzar fronteras embaucando a esa ingenua mescolanza de snobs y melómanos de fondo profundo. Vivimos al parecer en la era de la mediocridad, donde la realeza musical se ha diluido en una sopa de alta popularidad y "buen gusto con yeyé".