"Hijos de Caín", esa mediocre muestra de conformismo derivativo en la que Barón Rojo, con su mecida entre Iron Maiden y Judas Priest (haciendo gala de lo más corriente y vulgar del heavy metal hispano), pretendió disfrazar su limitado talento al son de clichés pueriles. Armando de Castro, que ose atreverse a llamar guitarra solista a su monótono repiqueteo, donde maestros como Ritchie Blackmore, elegantemente, lo miraría con desdén. La letra de la palinodia en pseudoquistión reivindicativa rivaliza solo con Penny Lane en intrascendencia floreada, pero, obviamente, carente de la sofisticación y el juicioso sentido de progresión vocal a lo Lennon-McCartney. ¿Debería sorprendernos, dado el caudio bipartito de los hermanos De Castro, ese empecinamiento por subsistir en su ya finalizado cuarto de hora de gloria? "Hijos de Caín" solo resalta el hartazgo que pesa sobre las oscuras cethuncas de nuestra decadente vida sentadas en posos de aceite refinado.