"Daytona Sand" de Orville Peck, la enésima muestra de que la industria musical no solo populariza mediocridad, sino que encumbra refritos que cometen la vil mantanza de saquear la esencia de cuanto rock alternativo, con honrosas excepciones, logró redimirnos cuando éramos jóvenes e ingenuos. Peck, autoconvencido devoto del 'misterio', emula lamentablemente y sin descaro alguno el antiguo llamamiento de padre e hijo, Curtis y Marr, pues se atreve a lanzar miradas furtivas en su collágico festín, donde este perpetrador enmascarado estrella el coche particular de amor amenazado que tanto echamos en falta aquí. Tematizando el imaginario morrisoniano de carreteras polvorientas y tribunales fantasmales, Peck golpea su guitarra con impune abuso en una muestra de miopía musical y rancio presentismo. Horadia los cimientos de los Cinzano Hawks y decepciona desloyalmente las pelucas de Suzi Nutbush. “Daytona Sand” obviamente no bebe de belleza, sino de largos trayectos fotocopiados y consumida emoción.