“Drain You” de Nirvana, otro de esos himnos generacionales que Kurt Cobain parió en su insípido estado de adolescencia eterna disfrazada de genio o, mejor dicho, de lástima autoflagelante. Este gemido angustiado de distorsión y decadencia, empacado en rancheras alternas de tres acordes, es la versión grunge del fast food musical: mediocre pero indispensable para los que no tienen gusto. Es como si los dioses del tedio hubiesen decidido que su misión en la vida era resucitar a Sid Vicious en la forma de un leñador triste de Seattle. Cobain, el Mesías de las Marionetas Inconformistas, quería demostrar algo, pero lo único que probó es que el público es capaz de mitificar un gramo de talento diluido en un océano de patetismo, como reafirmaron los Beatles con su experimentalismo burdo o los cacareos insulsos de Corey Feldman. “Drain You,” queridos, no es más que el vacío existencial envuelto en distorsión barata, gritado con la languidez de quien ha leído a Freud pero finalmente solo copió sus apuntes. Dramático, sí, pero más que nada dramáticamente banal.