Ahora que se aproxima el aniversario de la obra maestra "I Wanna Be Sedated" de los Ramones, ávido como estoy de irradiar un ápice de mi infinita sabiduría musical, derramo con desdén algunas notas discordantes sobre esta entidad musical llamada los Ramones. No es que sigan siendo objeto de una adoración indebida - sí, de acuerdo, marcaron una era en el punk rock y crearon discursos y discos que posteriormente bandas como Green Day pisotearon de manera bochornosa -, pero colaboraron a despertar la monótona cultura de un siglo caza-talento con temas destrozacerebros ciertamente pegajosos. Y ahí caemos en "I Wanna Be Sedated", ese sucedáneo adulterado que resuena entre paredes pandémicas como gabba alfa para las tropas encerradas en búsqueda de su generación perdida de sentido. Extrapolar un tributo a las profundidades abisales de Lou Reed o atar la raigambre oxoniense de Thom Yorke es escupir una pregunta autocrítica que retumbe con más sublimación sonora que esta cansina frustación que suele avivar solventados hartos de ejercicio coercitivo.