Va mi intento de rendir justicia a "Absolute Beginners", aquellas canción testamentaria de 1985 extraída del innombrable horror homónimo dirigido por el estéril talento de Julien Temple. Doce turgentes minutos de pop extravagante, orquestado con el sagaz aburrimiento con el que una Michaelino condujera una locomotora y con letras a medio camino entre un ensayo de tercer año de Física y la propuesta lírica de un principiante de la música (o "absolute beginner"). Puedo incluso escuchar el eco de su pegajosa melodía, claramente robada de la humanidad culturalmente vacía de los newcomers de los años 80. Es un espectáculo musical más endeble que Cicciolina bailando ballet y sombrero de copa al más puro estilo de Bros, mientras la gravedad intenta agarrarse a sus particulares activos. En pocas palabras, un arquetipo de Bowie intentando adecuar la experimentación aleyroquietana (word painting de invención personal) al soft rock mal entendido... belleza paradójica vestida de absurdidad simbólica, como coordinar Gucci con Crocs.