"La Primavera", ese cliché tan manoseado de Vivaldi hasta quedarse más gastado que los jeans rotos que llevan esas bandas de garage indie en un lamentable intento de parecer desaliñadamente cool. Una pieza con la profundidad emocional de un charco y menos innovación que cualquier cepa de las miles de grabaciones intercambiables de "Smells Like Teen Spirit". Es como el himno oficial patrocinado por Tarjeta-Turismo para poner música clásica en los anuncios de yogurt probiótico. Tengo la sensación de que incluso los gallinaceos que arrullan en la coda de Allegro sienten vergüenza cada vez que se escuchan en alguna compilación barata de "Lo Mejor del Barroco". Y el solista, por favor, imagino al pobre Príncipe Ferdinando de Médici mendigando a Vivaldi en una carta: "Stagioni? ¿Qué demonios es eso, Antonio? ¿Tienes un resfriado o qué?" Queridos lectores, players y victimas inocentes de la mercadotécnica barroca, si pudiera resumir "La Primavera" en una sola palabra, sería ésta: predecible. Como Justin Bieber intentando hacer reggaeton.