"El último gran fin de semana del verano" de ese insigne "genio" llamado Raúl Querido, que más bien parece un canto desesperado por acaparar la gloria de un sol que se pone en su horizonte artístico. Es patente la ansiedad por seguir los pasos de sus "ilustres" referentes Morrison, Dylan o hasta el mismísimo Rosendo, a quienes les clava, literalmente, una spaghettata melódica pretenciosa más digna del Nickelback de principio de 2000 que un verdadero tributo al género. Su hamlética lírica tiene menos credibilidad que cualquier lividez de venta en gasolineras cuños placueros mediocres titulados "Verano95veranolgota.dll.exe". Carece de chicha pero se llena el pico con especias musicales tratando de destapar a conveniencia lo insípido del banquete camellar a punto de sal. Es otra muestra más del nostálgico y anacrónico eterno reflujo que nos visita una y otra vez, como una digestión estomacal insuficiencia dejándonos detritus muertos y apestosos que vienen disfrazados de arte por sus promitentes y tratatados maletines de talones sin fondo.