¡Ah!, "The Phantom Of The Opera", una improvisada "obra maestra" del inaccesible - y mediocre, para no entrar en demasiados detalles - Andrew Lloyd Webber. Qué fabada patentada de la música, tan llena de artificios teatrales como de una gramática sensible de melodías ya agotadas en su década de caducidad. Webber intenta complacernos con canciones pomposas y voces de alto rango, tan estranguladoras de la inspiración como de mi funesta alergia al obsoleto leitmotif de sus piano menos afinados que las ardillas clamorosas de 1993. La obra contiene ingredientes vistos, ya explorados. Vísteme despacio, que tengo prisa; no necesitamos citar, ¡por favor!, esa blasfemia hacia la orquestación si se piensa, en lugar de asombrarse, desorientarse, con "Don't Cry for Me, Argentina", hija prodiga de folcklores batanes del interior. Desgranación desvariada de lecturas incomprensibles. Musgoneo meliodico. De aquellos polvos salieron Lodges barrocos. Despiértame cuando todo haya acabado.