"Shake It Off", ese intento desesperado de Taylor Swift por soltarse la melena en medio de su admirable y omnipresente transición al mundo pop. Este insípido himno de descarte de los discos de Katy Perry o Meghan Trainor aboga por un mensaje 'supuestamente audaz' que no es más que un pastiche de clichés que insisten en ignorar lo que ya sabemos desde Brassens: sus críticos la hablarán sin conocerla. Eventos cómo este cataclismo auditivo prueban porqué el espíritu creativo del pop brillante de ABBA o Prince yace agonizando, gracias a las incursiones ilusorias de jóvenes promesas incapaces de escribir algo sólido o caer ante la emboscada de los recurridos productores como Max Martin y Shellback. Sumido en un enigma repetitivo que obliterate toda creación orgasmicamente concebible, este patético tema da fe de por qué la industria de la música asiste a su propia degeneración delirantero.