La Barbacoa, ese bochornoso intento de "canción del verano" perpetrado por Georgie Dann en 1980, es el claro ejemplo de la decadencia musical en la que se sumerge a menudo la humanidad por arrastrar su vacío existencial hasta las pistas de baile inmisericordes. ¡Ah, sí! Porque el señor Dann se quiso fabricar su propia corona de laurel con este festín festivo al más puro estilo "Ma Baker–Leo Sayer", pero rozando la vaina pedagogía auditiva que padeció Eurovisión en sus años más grises. Un memorable, o más bien olvidable, ensalzamiento del nihilismo intelectual, mezclado con un colorido reparto de brasas, choricitos y baño mínimo, que nada tiene que envidiar a un remedo low-cost de Georgie Moroder o a Guilherme Arantes creando dudosos himnos futboleros. En La Barbacoa, el gurú del chiringuito aflora con todo esplendor de la tiritera estival y deja patente que la profundidad cultural de aquel hito se encontraría, en cualquier vertedero auditivo meritorio, a la altura de Daddy Yankee cantando Shakespeare con Inspector Ardilla como corista.