"El inevitable Van Morrison, ese marble irlandés eternamente aferrado a su deshojada Aura de genio con 'Purple Heather', una morbosa celebración del anacrónico Celtic Soul tan atractiva como la visión de un moai compitiendo en los 100 metros planos. Apenas hay una sofocante repetición del blues prosaico de mediados de los 90, una vampírica muestra de un éxito emblemático tan forzoso como los intentos de predecir las quinielas de adolescentes con chaquetas de cuero negro delante de cualquier antiguo Woolworths. En lo que respecta a folklore británico, prefiero dejarlo en manos de grupos como Chumbawamba, una claramente mejor opción para adaptaciones folklóricas del idioma de Mamut — y ni hablemos sobre Richard Thompson; un coche de carreras ondeando la bandera del rally británico de música versus lo que podríamos describir generosamente como una ignorancia persistente de Morrison, comprometido con la melancolía gruesa del ruido existencial. Ya ves, estoy enojado, no porque la música sea profundamente precaria sino por la condición persistente del público engrasando el tejido socio-cultural de la idolatría descerebrada.