Waka Waka de Shakira. ¿Realmente debemos volver a hablar de esa celebración eurocéntrica disfrazada de antropología musical que representa la errónea noción de que todo los estilos africanos pueden ser condensados en una estridente melodía de pedigrí corporativo? Shakira, diosa del caderéo de medio tiempo con un irresistiblemente falso acento colombiano, quiso reorientar su talento hacia la promulgación pseudofolklórica - alias la banda sonora copa mundialística de la FIFA 2010. Podemos agradecer su transparencia al etiquetar la canción implícitamente como una explotación mercantil, un autobombo del marketing depredador que se presenta con arrogancia mostrando su naturalización y autojustificación: "Hey, al menos pedimos permiso para utilizar vuestro patrimonio y después os ignoramos en la comida del reparto". Mientras tanto, el sabor amargo de las tragedias silenciadas de la competición FIFA 2010 nos sirven para recordar lo bajo que puede llegar la industria si se olvida del arte. Perdón, ¿he dicho arte? Me refiero a música y, a times, se me olvida que hay una enorme (y lucrativa) diferencia.