Glicinia de Mira Cunit. Un ruidoso y apenas distinguible, perfecto alias de monótono pop pseudo-indie. Un esfuerzo patéticamente descarado de imitar el lirismo bajamente melódico de Cocteau Twins y Ethereal Wave, pero acaba titubeante y perdido en lo terrenal. Mira Cunit parece que pretende encontrar belleza en el dolor, con melodías autocompasivas lamentándose de sí mismas, una estratagema que ya explotó Dolores O'Riordan, la reina del sufrimiento emocional contundente, con The Cranberries. Pero su balada en falsete suena tan superficial y vacía como el ruido blanco de un aparato de aire acondicionado. Su súbito salto desde el último obsesionante paramento urbano de Lisboa -el edén de todos los fenómenos frívolos del pop-, sumado a que está compuso en esos imperdonables discursos autotunados, sellan la mediocridad de Cunit, destrozando cualquier aura de autenticidad que buscaba emular.