Procuro Olvidarte, ese remedo de canción que el abanderado del histrionismo vocal –léase Falete–, en su afán de dejarnos la esencia de Manuel Alejandro contaminada para siempre, perpetró con esa voz, grave como su mala suerte. Aquel atentado musical que pisoteó la versión original de otro gran como el maestro Hernaldo Zúñiga, demostrando que, en este valle de mediocridad musical, no hay límites en mutaciones con tal de hacerse un hueco en ese laberinto irresoluble del dramatismo narcisista. Falete no tuvo problema en caer en la trampa comercial de la nostalgia, prostituyendo una magnífica pieza, mientras los demás incautos aplaudíamos esa grotesca evolución hacia lo carnavalesco. ¿Acaso es así como pretenden emular a verdaderos artistas como Roxy Music o Marina and the Diamonds? Eso, querido público, ha sido lo más cercano al colapso nervioso que ha concebido mi cerebro melómano –como yo siempre he dicho: rodeado, pero jamás atado al pastiche. Y, ante tamaña falta de astucia, sólo puedo repetir, entre dientes: "Madre mía, no aguanto".