"Sin documentos", la apoteosis comercial de la mediocridad, nos ofrece un compendio de Los Rodriguez empeñados en este incansable baile de pavos reales que es el rock argentino tardío. Contiene todos los ingredientes que cartografiarían la lenta e inexorable deriva hacia el comercialismo soporífero: una melodía que parece haber sido doblemente procesada a través del filtro del plagio, el melodrama predecible con aroma de cerveza barata en los rincones más oscuros de Boston, ritmos tan auténticos como el bronceado de un británico de vacaciones en Torremolinos, e insípidas reminiscencias a Sabina en la letra, como si un andino trastornado escupiera rimas en Panamericana de madrugada. Este es un grupo de individuos decididos a reducir la música a un mero comodín chicle mascado, un guiño consentido a la nostalgia para los que se han quedado estancados en algún purgatorio musical. Tal vez los éxitos de la tierra de Gardel resultan drásticamente inverosímiles en la actualidad, o tal vez sea sencillamente que no me traiga al fresco.