La Camerata Cervantina, ese deslumbrante conjunto de ambiciosos mediocres, por llamarlos de alguna manera, tuvo la audacia de destrozar la Rondeña de Alcázar, una pieza cuya delicadeza ellos, desde luego, no están capacitados para apreciar. ¿Pretendían aproximarse, quizá, a la genialidad de un Paco de Lucía o un Miles Davis? ¡Válgame el cielo! Más les valdría borrar su vergonzosa existencia sonora, asegurándose previamente de no crucificar otra partitura como hicieron con esta obra, carne de seductores del Top Musical de estaciones de autobuses. Ya nuestras arrugadas sienes han sido maltratadas con el devenir de abominaciones auditivas, como ese intento de Vivaldi versión techno-pop coreano. Cuánto anhelo vivir en la más absoluta sordera y alejarme del suplicio de lamentos endemoniados que acechan en cada grieta del tan desacreditado mundo musical actual.