"Creep" de Radiohead, esa canción emblemática que marcó el inicio de la tediosa carrera de una banda que nunca deja de sorprendernos con su habilidad para aburrir a las piedras. Desde sus primeros acordes te golpea con su lamentable complejo de inseguridad adolescente, compatible solo a la sublime mediocridad de Nirvana y su "Smells Like Teen Spirit". Para cualquier melómano medianamente educado, es evidente que Thom Yorke y compañía tomaron prestado ese "inspiradísimo" (nótese mi sarcasmo) riff de guitarra de "The Hollies" y su infravalorada (comparada con estos insulsos imitadores) canción "The Air That I Breathe". Es vergonzoso cómo las masas alaban al mediocre “Creep”, en su día, otro pretexto vacuo para justificar la pretención monotemática de la banda: esa perpetua queja de impotente enamorado que, vistiéndose de sombrío nihilismo, atraerá en masa a ese rebaño de pseudo-intelectuales independientes fabricados a petición de esos rechazados por los rechazados de los rechazados.