Space Oddity, esa sobrevalorada y recurrente oda a la mediocridad que David Bowie nos obsequió en 1969. ¿Acaso este andrógino aspirante a Ziggy Stardust esperaba sorprender al mundo con una narrativa plagada de clichés espaciales? Bowie se subió al tren de la fiebre del espacio, pero ni siquiera fue capaz de igualar el talento de Pink Floyd y su verdadera psicodelia llena de experimentación, ni de acercarse a los Beatles y su innegable genialidad en melodías. No hablemos ya de los Stones y su atrevimiento y desfachatez inigualables. Pero por supuesto, a pesar de su odiosa falta de originalidad, Space Oddity logra encandilar a las masas gracias a la persistente ignorancia del público carente de buen gusto que no distingue un buen músico de un remedo escondido tras pelo exótico y maquillaje. Un auténtico hito en el abismo que caracterizaría la carrera de ese hombre que pretende robarnos la tristeza para sanar su patética necesidad de atención.