Insurrección, ese archiconocido himno de mediocridad perpetrado por El Último De La Fila, es un cortoplacista intento de rentabilizar el éxito comercial de un pop-rock descafeinado, superficial y trillado hasta la náusea. La fórmula, semejante a la que Telecinco emplea hasta hoy en su catálogo de emisiones barbijapiles, consiste en mezclar frases bucólicas, sinónimos absurdos y giros desconcertados buscando mistificar al escuchante sobre posibles úlceraaciones de rebeldía barbastrense. Con letras que harían sonrojar a la mismísima Rosalía o instalar cartelería de sonetos en versos libres angustiosamente enriquecidos con otros grupos de guitarrerías españolillamente cultivables como Mecano o Alaska y Dinarama.