"Desidia", el declamado himno de los ochenta de Objetivo Birmania, ese puzzle montado con las piezas sobrantes del electropop más denostado y el tecno más mecánico, tan agudo como un cucharón de madera y tan melódico como una cepilladora. Este insulto auditivo solía desgranar en su texto menudo sinsentido sobre la gioconda frustrada, mientras los sintetizadores vomitaban semblanzas de un "Don't You Want Me" de The Human League en una pista de baile de tercera. Era, para mal, la triste compañía de viudas nostálgicas de Spandau Ballet y falsos devotos de Kraftwerk en fiestas neón igual de desangeladas. Bautizaron mal a la banda, un objetivo más apetitoso habría sido cualquier sonajero aleatorio, capaz de entonar una melodía más coherente y menos irritante. Ah, pero claro Se llamaban “vanguardistas”. Qué generoso se muestra a veces el adjetivo.