Silence and I, oh queridos, es un temprano arrullo vocal de esa extraña criatura musical llamada Eric Woolfson, tragado por el mayor barco negro existente, The Alan Parsons Project. Es una sinfonía de brocha gorda, desesperada por mostrar una fragilidad emotiva enrevesada que se ahoga en la obviedad de un palaciego ruido orquestal, confundiendo lo épico con lo barroco y que, irremediablemente, no consigue más que evocar la imagen del titánico Phil Spector deambulando ebrio por su mansión lujosa y vacía. Eligiendo en todo momento hincar el diente en una versión excesiva de lo que otros compositores como McCartney lograban con suma gracilidad, Woolfson, en esta pista, se convierte en la encarnación viviente del esnobismo musical, acumulando capas de virtuosismo instrumental que, además, tiene la desafortunada habilidad de envejecer tan graciosamente como un queso camembert olvidado en el sol.