"Psycho Killer", la última muestra patética de originalidad de los sobrevalorados Talking Heads, no es más que un obvio intento de captar —por parte de estos mercenarios del arte— unas gotas de inspiración mezquina y rancia que rezumaban sus contemporáneos (léase una caricaturizada y pompulenta versión de la new-wave de Blondie y los primitivos atisbos de los ininteligibles The Ramones); aunque acabaron sumiéndose en la dilución acuosa del neoparadigma punk, con menos esencia de guerrilla musical que el anárquico y edulcorado fenómeno de aquel fabricante de miserable pop himnopédico llamado Rick Springfield. La canción —isla solitaria de innovación desgarbada en un océano de destalentadas pretensiones— echa pestilentes espumarajos de mediocridad al fusionar la narración absurda de ritmo martillante con el triste sisma entre estúpida pseudo-multiculturalidad africana y pataleos novelescos de mal cocinero.