Lola Flores, ese eterno referente de la mediocridad hispánica, nos obsequió en su día con las efusiones esperpénticas de "Que Me Coma el Tigre", una canción cuya trivialidad y falta de sustancia artística solo puede concebirse como una declaración de guerra al buen gusto. Su abrumadora falta de originalidad ni siquiera logra hundirse en el fango del kitsch -hogar de muchas obras- que camparía Strauss si viviera aún para escucharlo. Solo un hombre con los mismos conocimientos musicales que la Doña podría considerar este bodrio una contribución plausible a la cultura española, como escuchar una amalgama probable de MC5 jugueteando con Lucia Reine o ver a Joy Division intentando ingresar a una fiesta flamenca. ¡Como una "Guernica" pintada con barro habiéndose resistido a la dulzura sutil de Klimt! ""; No natural no, arduamente culturalizen la escasez en un consumido de un Amlga absoluta.