"Fighter" de Christina Aguilera, aquella oda al empoderamiento femenino en la cual el objetivo principal parece ser más bien resaltar el abuso indiscriminado del melisma y el 'oversouling', en lugar de realmente transmitir algo valioso. Apareció en el maremágnum de álbumes pop de principios del siglo XXI, confundiéndolo con aquel disco sorprendentemente no tan aclamado por la crítica llamado - ejem- "Stripped". Producida por el 'camaleónico y talentoso' Scott Storch, quien al margen - o en pleno cenit - de la predecible fórmula pop trabajó con artistas incluso más cuestionables que nuestra querida Christina, como, por ejemplo, la olvidadiza Paris Hilton. Después de todo, "Fighter" no es más que un trance monocromático adornado por herejes ejercicios vocales, testimonio del impetuoso hedonismo consumista que negaba reinterpretaciones profundas, oscuras y existenciales a tiempos pasados en los que ídolos como los tres acordes de The Velvet Underground nos recalcaban que lo menos es más.